Historias en vinil: The best of The Doors

Como recientemente se cumplió un aniversario más de la muerte del Rey Lagarto, me pareció oportuno recordar cómo encontré una copia del doble Lp recopilatorio “The best of The Doors”. El sitio del hallazgo fue el Jirón Quilca, en el centro de Lima, Perú. Tenía mucho tiempo deseando conocer la capital peruana, cosa que ocurrió a comienzos del 2010, cuando pasé un mes aprendiendo del trabajo radiofónico del Instituto de Defensa Legal (IDL), una de las ONGs en derechos humanos más grandes del país inca. De manera similar a lo que ocurrió con Ciudad de México, fue la música quien me sugirió que Lima era una ciudad de contrastes, con tesoros de diverso signo. Para quien vive en Venezuela es inaudito pensar que las bandas rockeras locales canten cosas como “Me quiero morir en Sabana Grande, donde crecí” o cosas por el estilo. Esto sí pasa en el Perú, en donde muchas expresiones culturales, incluyendo el rock, explicitan la ciudad como escenario de sus amores y desventuras, en un arraigo y gentilicio desconocido para los habitantes de la ciudad de los techos rojos. Ojo, y esto no es un fenómeno nuevo. Basta recordar el tema bandera de unos Dermis Tatú, mediados de los 90´s, con el icónico Cayayo Troconis al frente: “He decidido escapar / de esta ladilla de ciudad / a otro lugar…”. Este singular hastío es desconocido para los artistas limeños, para quienes precisamente su ciudad es fuente inagotable de inspiraciones.

Literaturas disímiles (Vallejo, los Vargas Llosa, Roncagiolo), fanzines musicales y de ilustración, gastronomías y, repito, canciones de bandas me seducían constantemente para ir al encuentro de la antigua capital del Virreinato español. Los Leuzemia, padres de la movida punkrock chola, ya me lo decían, a su manera, bien claro en su primer larga duración: “Lima angustiada / Lima violenta / Lima injusta / Lima sórdida / Lima revienta”.

En pleno centro de la ciudad, en una de las extremidades de la Plaza Mayor, se encuentra el Jirón Quilca, famoso por ser un sucedáneo peruano de Kings Road Street, la calle que vio nacer al punk londinense. El Quilca fue territorio privilegiado de lo que se conoció como la movida subterránea, que en la década de los 80´s fue pasto de bandas míticas en el panorama musical peruano (Narcosis, Voz Propia, Lima 13, G3, Kaos, Leuzemia…). A pesar que la calle refleja el paso de los años y la decadencia de su otrora vibrante ambiente bohemio, aún es posible conseguir puestos de libros usados, tiendas de música y vestimenta rockera, bares con gentilicio y locales con onda, como El Averno. Aunque ya no es de cita obligada para una nocturnidad mudada mayoritariamente para Barranco, cónclave de locales más “pitucos” o de mayor alcurnia; nostálgicos y recién llegados continúan confluyendo en estas cuadras. En uno de sus extremos aun persisten un par de espacios que albergan una docena de vendedores de discos usados, como reflejo disminuido de lo que antaño fue un vigoroso circuito de comercio e intercambio de acetatos, en donde la muchachada local se ponía en sintonía con las vanguardias de sus pares en el resto del mundo.

A esa esquina del Quilca habré ido unas tres veces. El precio de los discos era muy conveniente, incluso haciendo el cálculo con dólares Cadivi. Había Lps a partir de un sol, hasta los más costosos, reediciones actuales, por los cuales me pedían algo así como 60 soles. El precio promedio de las cosas que buscaba oscilaba entre los 6 y los 10 soles, pero a pesar que la compra y venta se había venido a menos, la circulación de los discos era fluida. Especialmente porque algunos comerciantes argentinos habían descubierto aquella veta y arrasaban con los títulos, especialmente de las bandas australes, para revenderlos en Buenos Aires a 6 u 8 veces un precio mayor. Sería la última vez que pasé cuando vi en exhibición el Lp doble de Los Doors, que valga decir jamás he visto en venta en Venezuela, ni siquiera en Mercado Libre.

El mercado de los Lps, como todo, tiene sus reglas no escritas. Una de ellas es que los precios irán bajando a medida en que uno alcanza el status de cliente habitual. Inversamente, los precios aumentarán mientras reflejes más interés y ansiedad por los títulos. Por ello es que desvié la mirada de la famosa foto de Jim Morrison y, aparentando la típica desgana adolescente caraqueña, pregunté por el precio de los discos de esa fila. “20 soles peee”. Di las gracias y me fui a revisar los puestos aledaños, mientras contenía la respiración. Como era un disco doble, no dejaba de ser un buen precio. Volví con una estrategia definida: Ofrecí 30 soles por comprar ese y el Apetito de Destrucción de los Guns and Roses, que también estaba en exhibición. Sólo después que aceptó, me dediqué a revisar el estado de los viniles. Ambos eran ediciones peruanas, con acetatos en buen estado. La portada de los gansos aporreada por el paso del tiempo, pero la de los Doors en condiciones más que aceptables. En este punto del relato debo ventilar mi sensación que el mercado musical peruano editó más variedad de títulos rockeros que su homólogo veneco en los años dorados del Long Play. Sin embargo la calidad de sus ediciones fue menor. Si bien las impresiones son similares, la calidad del cartón es notablemente inferior. Esto hace que sea particularmente implacable el paso de los años por las ediciones peruanas. Por otro lado, la economía estimuló que los dos discos de esta edición doble de éxitos de Jim y compañía, fueran ofertados en un empaque simple, y no en una carpeta en donde cada extremo abrigara un vinil diferente, como debe ser. La edición es del año 1987, con un total de 18 temas, entre ellos los conocidos “Break on through”, “Light my fire”, “L.A. Woman” y “The End”. Con respecto a las ediciones de la época, el recopilatorio tiene la ventaja de, además de ser una buena introducción al sonido de Las Puertas, contar con una remasterización digital especial, de la que aún no puedo opinar pues son los únicos acetatos del grupo que hay en la colección de casa.

Sean o no coleccionistas de discos de vinil, igual les recomiendo una pasadita por el Jirón Quilca a finales del dia. Pueden incluirlo en su ruta de visita al centro histórico limeño, muy recuperado para el turismo en estos días, el cual es particularmente hermoso bajo la luz artificial y el abrigo de la noche.


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