El Provo fue mi primera experiencia editorial, en la Barquisimeto de 1991. Eran momentos en los que no existía internet y apenas existían publicaciones impresas dirigidas al sector juvenil. Si se quería leer algo con los temas que a uno le interesaban, sencillamente tenía que hacerlo uno mismo. Era un momento de una búsqueda desesperada de referentes, por eso el nombre era tomado de un movimiento contracultural holandés. Siguiendo la tradición de publicaciones alternativas y fanzines, El Provo empezó a fotocopias y a partir del número 3 pasó a las fauces de la off-set. El entorno cultural era estimulante: La emergencia del rock en español y la edad de oro del rock venezolano, la creatividad heredada de los 80, el circuito de cine-club existente en la ciudad, la aparición de organizaciones sociales activistas de base. En el país atendíamos las heridas de los sacudones de 1989 y desde provincia veíamos como en Caracas se intentaba un golpe de Estado y aparecía un personaje llamado Hugo Chávez.
El Provo resume las afinidades y búsquedas personales de mi adolescencia. Asimismo, el enamoramiento con el anarquismo, una politización evidente para su último número. Nos hacíamos cargo de todas las fases de su elaboración, incluyendo su distribución. Mirado hacia atrás, fue una práctica autogestionaria y una gran escuela de cómo hacer las cosas, que me acompañaría toda la vida. Salieron 7 ediciones, la última en 1993. En ese corto pero intenso camino, El Provo fue parte del Grupo de Editores Alternativos (GEA), un sindicato de publicaciones similares que dieron que hablar en la ciudad.
