Rafael Uzcátegui
Especial La Silla Vacía
Pocas personas sintetizan en su propia vida la historia del país que los vio nacer. Víctor Martínez, quien acaba de perder su duelo con el cáncer en la ciudad de Barquisimeto, resumió en primera persona la historia contemporánea venezolana: La de un pueblo que se enamoró de la promesa bolivariana, para luego decepcionarse hasta la tragedia. Un 26 de noviembre Víctor, un fortachón de casi dos metros, diría entre lágrimas: “La revolución que ayudé a llegar al poder fue la que me mató a mi hijo”. Luego de estar hospitalizado durante 7 días, con las carencias propias de una emergencia humanitaria compleja, el “guaro pelao” alzó vuelo sin conocer la justicia en el asesinato, de cuya autoría intelectual siempre señaló a sus antiguos compañeros de partido.
A diferencia de Colombia, la violencia en Venezuela no es política sino social. El sicariato por diferencias ideológicas es rarísimo, pero paradójicamente las cifras de homicidios por otras razones, según el Observatorio Venezolano de Violencia, sumaron 16.506 los muertos ocurridos en el país en 2019. Por eso cuando recibimos la llamada, a finales de noviembre del año 2009, para informarnos que un defensor de derechos humanos había sido asesinado por encargo, todas las alarmas se encendieron. Se trataba de Mijaíl Martínez, un joven documentalista de 24 años vinculado al Comité de Víctimas Contra la Impunidad del estado Lara (Covicil), un nucleamiento de familiares de abuso policial que venían señalando la responsabilidad de las máximas autoridades regionales en lo que se había convertido en una banda de uniformados que, con la tolerancia del poder, secuestraban, extorsionaban y asesinaban. La sensibilidad de Mijaíl venía de familia, pues era hijo de Víctor Martínez, un carismático luchador social de la entidad, fundador de decenas de organizaciones populares, en cuya lista se encuentra también el propio chavismo, hombre de medios y antiguo diputado a la Asamblea Legislativa del estado Lara. El secreto a voces, en una región caracterizada por su musicalidad oral, era que al hijo lo habían matado para callar al padre, cuyo verbo encendido le había granjeado el apodo de “Dinamita Martínez”. Por eso interesarse en el caso de Mijaíl era, necesariamente, conocer las luchas en las que estaba involucrado Víctor.
En una metáfora del acelerado paso de la Venezuela rural a la urbana, de la haciendo de café al campo petrolero, Víctor Martínez había nacido en una familia humilde de Guanarito, estado Portuguesa, a quien el deseo de probar algo de modernidad los conminó a desplazarse hasta Barquisimeto, donde como muchos otros, ocuparon un terreno baldío para plantar sus láminas de zinc en el suelo para esperar que los frutos fueran tejas rojas y ladrillos. Aquella vivencia de escasez estimuló en Víctor la solidaridad hacia los vulnerables, en una búsqueda personal que lo cruzó con todas las iniciativas redentoras que encontró en sus primeros pasos, desde la Juventud Obrera Católica, pasando por el Partido de la Revolución Venezolana (PRV) de Douglas Bravo y, finalmente, en el chavismo. Cuando nadie apostaba un bolívar partido por la mitad por alguien llamado Hugo Chávez, Víctor Martínez empeñó su propia casa para financiar la insurrección cívico-militar que lo sacaría de la cárcel, a finales de 1992, navidades que pasaría Víctor en prisión. En esa misma vivienda Hugo Chávez, durante las austeras giras de fundación del Movimiento V República, dormiría en 7 oportunidades. Y al frente de esa casa asesinarían a Mijaíl Martínez.
Cuando Hugo Chávez gana las elecciones presidenciales a finales de 1998, Víctor confiaba que todo por lo que habían luchado se transformaría en realidad, ese paraíso en la tierra donde las personas tendrían la misma oportunidad para ser iguales. Primero por el MVR y luego por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) fue electo diputado a la Asamblea Legislativa del estado Lara, entre los años 2000 a 2008. Pero para quien era un hombre de una sola palabra, la distancia entre el discurso y los hechos rápidamente comenzó a pesarle. Víctor comenzó a descubrir que sus camaradas del partido estaban usando el poder para enriquecerse, desviaciones que pensaba podían corregirse desde dentro. Por eso formó parte de varias Comisiones de Investigación dentro del Consejo Legislativo del estado Lara (CLEL) para documentar y denunciar la corrupción. Los informes hablaban de desviaciones de los alimentos a precios controlados que se ofrecían en la red Mercal de la ciudad, pero también de la creación de organismos de seguridad paralelos y privados dentro de la propia gobernación. Las evidencias no lograban consecuencias en la entidad. Víctor pensó, como lo hacía casi todo el mundo, que Hugo Chávez no lo sabía. Y después que le informó, personalmente, los nombres y apellidos de los involucrados logró una reacción: Que lo inhabilitaran políticamente, para no permitirle que ejerciera otros cargos de elección popular, y lo expulsaran del partido. Víctor pasó a acompañar a las víctimas de los abusos de los grupos de “policía privada” amparados por la gobernación. En uno de sus programas en la televisión regional Víctor los entrevista y, al aire, les recomienda que se organicen como un “Comité de Víctimas”. Así nació el Covicil. Víctor, una suerte de “padrino” de las víctimas de abuso de poder, paradójicamente pronto se convertiría en una.
Con el guayabo de los desenamorados, Víctor denunciaba con pelos y señales la responsabilidad del gobernador del estado Lara y el Comandante de la Policía en los desmanes que ocurrían en la capital crepuscular. El 26 de noviembre de 2009 tres personas asesinaron a Mijaíl, sin robarle nada y dejando intacta la camioneta que, frente a su residencia, tenía las llaves dentro del encendedor. El Chávez locuaz que todos recordamos, no dijo nada sobre el asesinato del adolescente que junto a su padre lo había visitado varias veces durante su prisión en Yare. Sus antiguos camaradas dejaron de contestar sus llamadas telefónicas.
Víctor, al igual que otros familiares de víctimas, se enfrentaba solo al laberinto de la impunidad. “Dinamita Martínez” era reconocido como un hombre honesto. Durante sus años de diputado también encabezó la Comisión Legislativa que promovió la ley para proteger el Ágave y sus productos derivados, lo que abrió las puertas para la despenalización de la producción artesanal de Cocuy, un licor destilado popular en los estados Lara y Falcón. Por estas y otras acciones era apreciado por la gente, lo que le permitió tejer su propia red de contactos para asumir personalmente la investigación sobre los autores materiales del asesinato. Y fue gracias a la “inteligencia social”, como él la llamaba, y a su propia osadía que señaló el paradero de dos de los sicarios a la policía regional durante los días de Henry Falcón, un gobernador que también se había alejado del chavismo.
Hay quien piensa que el dolor por el asesinato de Mijaíl fue lo que generó las condiciones para la aparición del cáncer en su padre. Y a diferencia de Hugo Chávez, que pudo escoger el país y los médicos para tratarse, Víctor comenzó la penitencia de todos los pacientes oncológicos venezolanos por el sistema sanitario público, en hospitales sin medicinas ni insumos, donde buena parte de sus médicos especializados de han ido del país como migrantes forzados. Dejó de ser el corpulento que era y, como muchos de sus paisanos, el físico de Víctor había disminuido, pero su espíritu continuaba intacto: Era parte de los animadores de la Red de Derechos Humanos del estado Lara, protagonizando protestas de pacientes oncológicos por su derecho a la salud.
La muerte de Víctor recuerda dolorosamente, a todos a quienes lo conocimos, aquella frase de Albert Camus: “A decir verdad, todavía no hemos salido de la humillación. Pero el mundo gira, la historia cambia y un tiempo se acerca, de ello estoy seguro, en que ya no estaremos solos”. Por ahora nos acompaña el recuerdo de la vitalidad de una persona que, a pesar de todos los desencantos, nunca dejó que le arrebataran la alegría de estar junto con otros para hacer más grande la esperanza por un mejor mañana. Un sentimiento que, somos testigos, a pesar de todo albergan hoy muchos venezolanos. Que la tierra te sea leve guaro pelao.
