Rafael Uzcátegui
En abril de 2002 fui uno de los que difundió un comunicado sobre el golpe de Estado titulado: “Ni Chávez ni Carmona”. Hoy, 16 años después, algunas personas promueven una toma de postura similar, expresada como “Ni Maduro ni la MUD”. ¿Es plausible, década y media después, mantener esta misma situación?, ¿El contexto y las circunstancias siguen siendo similares?
En el año 2002 éramos testigos de una disputa por la hegemonía entre dos grandes grupos, diferenciados ideológicamente, la nueva burocracia bolivariana y aquella que había sido desplazada del poder. De manera aluvional, el chavismo había conquistado importantes adhesiones de diferentes sectores del país. Tenía bajo su control a importantes sectores del Estado, influía en las Fuerzas Armadas, perfeccionaba el aparato comunicacional estatal, comenzaba a crear su propio empresariado, la figura de Hugo Chávez poseía una gran capacidad de convocatoria y promovía una promesa de país que, en ese momento, estaba contenida en la Constitución de 1991. Por su parte la oposición, nucleada en lo que era la Coordinadora Democrática (CD), tenía participación y control de algunos pedazos del Estado, poseía un aparato comunicacional privado a su servicio, era respaldado por un sector importante del empresariado, tenía contactos con algunos sectores de las Fuerzas Armadas y se mantenía aferrado al imaginario simbólico y cultural de la Venezuela del pasado. Como yo mismo lo hice durante esos años, tenía pleno sentido de plantear la existencia de una polarización sociopolítica que reducía el conflicto a la existencia de dos únicas identidades, ser “chavista” o “antichavista”, cada uno con una supuesta connotación ideológica, que negaba cualquier otra posible representación identitaria. En esos momentos personas como yo no teníamos un lugar en el mapa político del momento, que comenzó a configurarse gaseosamente años después bajo la etiqueta “Ni-Ni”. Hasta el año 2015 las características de los Ni-Ni fueron objeto de un intenso debate, comenzando a aparecer en las encuestas de opinión y siendo uno de los sectores electorales atesorados en las campañas electorales sucesivas.
En el año 2006 fui parte del esfuerzo por promover un tipo de oposición diferente al nucleado en la CD, cuyos contornos fueran nítidamente de izquierda, como luego se configuró bajo el mandato de Rafael Correa en Ecuador. De aquella inquietud surgió el Foro Social Alternativo, un espacio antagonista del Foro Social Mundial organizado por el gobierno en Caracas en enero de ese año, así como el grupo de opinión “Insurgentes” para rechazar la propuesta de reforma constitucional del año 2007. Salvo estas reacciones esta oposición de izquierda no prosperó, diluyéndose en la diatriba polarizada y electoralizante del momento. Con todas y sus imperfecciones, no obstante, podíamos actuar en el marco de una democracia e invocando libertades democráticas como la libertad de expresión o la libertad de reunión.
La muerte de Hugo Chávez cambió todo. El bolivarianismo se quedaba sin su único y principal referente, ya nada sería igual para un modelo de gobernabilidad basado en el culto a la personalidad. En su primera elección sin el caudillo el chavismo sacó menos del 2% de diferencia sobre la oposición, por lo que era previsible que ante la continuidad del tipo de gestión fuera cuestión de tiempo convertirse en minoría electoral. Diciembre de 2015 lo confirmó. Lo que fue sorpresivo de los resultados fue el grado de rechazo, pues como se recordará la coalición oficialista obtuvo dos millones de votos por debajo de la opositora, su peor resultado comicial en toda su historia. Para mantenerse en el poder el chavismo tomó la decisión, sencillamente, de convertirse en una dictadura.
La muerte de Chávez primero, y luego la transformación de lo que era una democracia cada vez más mínima en una dictadura moderna, provocó un reacomodo de los actores políticos. Lo más importante fue la aparición de corrientes chavistas, cada una con un adjetivo diferente (“originarias”, “críticas”, “auténtico”) que se distanció de Nicolás Maduro. Algunos de estos chavismos o ex chavismos pasaron a coordinar esfuerzos con la oposición tradicional para exigir el restablecimiento de la Constitución y de la propia democracia. La polarización, entonces, dejó de ser ideológica para ser una confrontación entre dos modelos de gobierno: Democracia contra Dictadura. Como anarquista, para hablarlo en esos términos, me puedo reconocer dentro de quienes buscan una radicalización o intensificación de la democracia, llamémosla “democracia directa” si queremos, pero democracia al fin. Ya puedo actuar, necesariamente con otros diferentes a mí, para volver a un piso común –la democracia- que permita todas las alteridades posibles.
Con todo el desprestigio alentado por el chavismo es casi imposible plantear algún tipo de “salida por la izquierda”. La pureza ideológica, además de falsa para el caso venezolano –quienes hoy hablan de “Ni Maduro ni Mud” fueron hasta, antes de ayer o ayer mismo, corresponsables del autoritarismo desenfrenado de nuestros días-, condena a la impotencia y la inacción frente a lo que sucede. Los actores sociales y políticos son los que son, y con ellos habrá que empujar volver a un momento que nos permita caminar hacia la promoción de cualquiera de los valores que defendamos, y su materialización en formas de organización comunitaria alternativas. Incluso me atrevería a sugerir que quienes plantean su posicionamiento de esta forma, Ni Maduro ni MUD, están enmascarando la gravedad de la situación venezolana al mantener a esos dos actores en el mismo plano, cuando no lo están en el control y ejercicio de los poderes fácticos que nos condenan a la pobreza y la estatización de la vida cotidiana.
No estoy planteando el mimetizarse con nadie. Usted siga promoviendo la identidad, sueños y aspiraciones que desee. Pero hay que ser honesto para reconocer que bajo el mantenimiento de la dictadura madurista no hay posibilidades para los proyectos autonómicos en lo económico o en lo político, lo cual solo será de nuevo posible en ese espacio, impreciso, en construcción y en disputa permanente, llamado democracia, que debe ser alcanzado por gente que piensa diametralmente diferente actuando de manera conjunta. Y qué bueno que eso sea así.
