En lo que ha sido su tratamiento más frontal sobre la violencia e inseguridad ciudadana en Venezuela, el pasado 18 de agosto el presidente Chávez acusó, una vez más, a la «Cuarta República» de la situación. “Échenme a mí la culpa, esos niños me los cargo a los hombros pero son los hijos de esta patria cuando no había patria (…) Hubo tragedia desde que nacieron, crecieron muchos sin padre, sin madre”. De esta manera el primer mandatario se inscribe en la hipótesis, en la cual tembién creo, que afirma que el hombre y la mujer son seres buenos por naturaleza, por lo que son la perversión derivada de las institucionales las responsables de sus actos antisociales. Russoe palabras más, palabras menos. Chávez sostuvo que en 20 años, con la llegada a la adultez de una generación crecida bajo su influjo, no existiría violencia en el país.
Las palabras del zurdo de Sabaneta son, a nuestro humilde juicio, sólo parcialmente ciertas. Por un lado porque la realidad rechaza los mecanicismos unilaterales causa y efecto. Si bien el contexto ejerce una influencia en la conducta de las personas, el resultado del comportamiento de los individuos responde, afortunadamente, a un universo de motivaciones, en donde aun no tenemos con certeza, incluso, el propio peso de su carga genética. Si esto fuera así, que el medio modela indefectiblemente a las personas, el presidente también está sugiriendo que su propia «revolución bolivariana» no puede ser otra cosa que una repetición de la cultura política y económica en la que crecieron y se formaron sus actuales funcionarios.
En segundo lugar si bien es cierto que la violencia es parte de la deuda social heredada de los gobiernos anteriores, el argumento presidencial es insuficiente para explicar el porque, en los años de su mandato, la curva de crecimiento de los homicidios y otros delitos en vez de estancarse o continuar su trayectoria previa ha agudizado su crecimiento. Revisemos las cifras oficiales. La cantidad de homicidios ha aumentado, sin interrupción, desde el año 1989 –año del “Caracazo”- cuando su total sumó 2.513 homicidios a nivel nacional. En 1999, fecha del arribo al poder del presidente Chávez, la suma fue de 5.968 homicidios, con tendencia al aumento progresivo en cada lustro: 8.022 asesinatos para el año 2000; 7.961 para el 2001; 9.617 para el 2002; 11.342 para el 2003; 9.719 para el 2004; 9.964 para el 2005, 12.257 para el 2006, 13.156 para el 2007 y casi 19.000 para el año 2009, como lo sugiere extraoficialmente la encuesta de victimización del INE. A partir del año 2002 se experimenta un brinco muy brusco del crecimiento, por lo que evidentemente se generaron condiciones para que ocurriera.
Aceptemos por ahora que las palabras del presidente son un argumento para tiempos electorales, esperando que después del 26 de septiembre nos enseriemos como país para afrontar, con toda la responsabilidad que amerita, el abordaje del principal problema de venezolanos y venezolanas. La banalidad sobre el asunto no es propiedad exclusiva de Andrés Izarra. También somos culpables todos y cada uno los que nos hemos acostumbrado a vivir en estas condiciones, los que hemos optado por la política de la avestruz y el escapismo.
