Otro año sin el temple de Simón

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Un 29 de mayo, de cuatro años atrás, Simón Sáez Mérida perdía su última batalla contra la muerte. Su fallecimiento ilustra, como pocas cosas, el tamaño de la tragedia venezolana a los que nos ha llevado la anomia de la inseguridad. Simón, quien había sido pieza clave de la resistencia clandestina contra la dictadura perezjimenista, protagonista del levantamiento del Porteñazo, diputado y preso por la naciente democracia puntofijista, adalid de la lucha armada, gremialista incansable y rebelde ingobernable se despidió de la vida de la peor manera. Mientras iba en su auto junto con su esposa Inés, manos anónimas -y malditas- le lanzaron un amasijo de metal contra su parabrisas con el fin de que el vehículo se detuviera para desvalijarlo. El objeto contundente rompe el parabrisas e impacta a Simón gravemente en el rostro. Un mes estuvo debatiendo con la muerte, hasta que da su último suspiro un 29 de mayo.

Frecuenté a Simón en los últimos años de su vida por naufragios comunes. Como estudiante de Sociología ucevista nunca tuve la suerte de ser su alumno, aunque conocía por los pasillos de su pasión por la historia y su labor agitativa por los derechos de los profesores universitarios, labor que realizó en el último trecho de su existencia. De hecho, como corresponsal del periódico Letras me tocó «cubrir» la asamblea de profesores que acordó la última huelga de varios meses, mas o menos por el año 1988, si la memoria no me traiciona. Si no recuerdo la fecha con precisión jamás olvido la imagen de un Simón sobre el púlpito intentando agitar la modorra -y comodidad- de los profesores que creían que con irse a sus casas el conflicto estaría de su lado. Simón, con la energía que lo caracterizó, intentaba convencer al respetable acerca de una estrategia de paro activo que incluía piquetes de propaganda repartidos por toda la ciudad.

No fue sino después del intento de golpe de Estado del año 2002 que tuve el honor de conocerlo personalmente. La polarización política, y sus visiones infantiles y maniqueas sobre la situación del país, me tenían solicitando exilio interior en la embajada de la razón. Con la desesperanza a cuestas, y con la intención de problematizar la visión del conflicto, junto a Lex se nos ocurrió realizar entrevistas a voceros de la vieja izquierda insurreccional para que contaran su visión del país. Simón estaba en la lista. En el año 2001, cuando el furor por la figura de Hugo Chávez aún no poseía una contraparte masiva, Simón tuvo el atrevimiento de dar una larga entrevista a un medio impreso de alcance nacional en el que con clarividencia política afirmaba que el gobierno bolivariano estaba aplicando la vieja «Agenda Venezuela». Aquellas declaraciones, en donde el viejo luchador no claudicaba en sus convicciones de siempre, le costaron literalmente el confinamiento social de sus antiguos camaradas. Por ese gesto valiente fue uno de los primeros en declarar ante nuestra grabadora. Recuerdo que lo entrevistamos en la casa del profesor ucevista, en donde Simón estaba realizando una terapia para recuperar la movilidad de parte de su cuerpo tras una serie de accidentes domésticos desafortunados. Nosotros dos, un par de treintañeros cuasidesesperados, fuimos traídos de nuevo a tierra debido a la energía y las ganas de vivir que Simón nos regaló en esas dos horas de amena conversa. Ese día también se convirtió en colaborador de El Libertario, en una relación de cariño y respeto que se cultivó por varios años la cual motivó que organizáramos la presentación de su libro «Domingo Alberto Rangel parlamentario», lo cual a la postre fue su última aparición pública, y cuya alocución editamos en un folleto que aún puede ser descargado en http://www.nodo50.org/ellibertario.

Simón no fue un anarquista, pero su temple ingobernable y su eterno espíritu rebelde le concedieron un espacio afectivo dentro de El Libertario, por cuya razón se organizó un homenaje al año de su partida de este mundo, junto a Inés y algunos de sus amigos y amigas.

El ejemplo de Simón, junto al de Yolanda, Emilio y Antonio, reviven en cada palabra impresa del bimensuario antiautoritario criollo. La bestia de la violencia sin sentido nos arrebata cada día corazones amplios, en una guerra sorda contra la vida, y de cuyo shock debemos despabilarnos para responderle a la muerte, al desencanto y la resignación.  

Simón, quien también escribía versos, plasmó su sensibilidad frente al sinsentido que lo alejaría de nosotros: «La ciudad  no tiene nada que decir / sus motores mueren  sin lluvia que tomar, / sin vientos. / La ciudad  mató sus gallos al amanecer / La ciudad es de tierra cocida».


2 respuestas a “Otro año sin el temple de Simón

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